¿Mas escuelas confabulacion diabolica?

Escrito por el Mar 12, 2012 en A los Ciudadanos, Capacitación | 0 comentarios

Primera Sesión.

Introducción y detección de expectativas.
Mauricio Guerrero

Jorge Ibarguengoitia.

Cada año, todos los países de la América Latina gastan en educación entre una y dos quintas partes de su presupuesto oficial. Además de eso, sus respectivos gobiernos están muy satisfechos y se lo andan contando a todo el mundo, como ejemplo patente de su desinterés en la carrera armamentista.

Asistir a una escuela no es una obligación, es un derecho. Cada año, la gente hace larguísimas colas y se da de golpes con tal de inscribir a sus hijos en una escuela. Cada año se construyen nuevas escuelas, y cada año, también hay más niños que se quedan sin escuela. La gente que nunca ha ido a la escuela, vive convencida de que esa es la única razón de su fracaso. La que ha ido a la escuela, en cambio, cree que fracasó porque no aprovecho la enseñanza. El caso es que la escuela es un elemento fundamental en las frustraciones de toda la gente.

Esto, en lo que se refiere a la educación elemental; en lo que se refiere a educación superior, la cosa es todavía más extraña; cada año se inventan nuevas carreras, o apéndices de las ya implantadas, en formas de maestrías, doctorados, especialidades etc.

En este campo, como en casi todas las aberraciones, a la cabeza van los Estados Unidos? En ese país ya se descubrió que todo se puede enseñar y que todo se puede aprender en ¡la escuela!. Se imparten clases de “vida creativa”. Se dan cursos de “relaciones personales”, y de “apreciación de obras de arte”, de “euritmia”, que es el arte de moverse armónicamente, etc. El resultado de todo esto es que la edad escolar va de desde los cuatro hasta los setenta y cinco años, y , si se descuida uno, pasa uno de la escuela a la tumba.

Para mí, todo esto es inexplicable. ¿Por qué quiere la gente ir a la escuela? ¿Por qué cree que va a aprender algo a esos antros?

Mi experiencia personal me indica que las cosas son muy diferentes. Por ejemplo me pase diez y ocho años sentado en una papelera, y sin embargo, el noventa por ciento de los conocimientos que aplico constantemente los he adquirido fuera de la escuela .

Me ha servido mucho haber aprendido a leer y escribir, pero eso me lo enseñaron en los primeros seis meses que pasé en la escuela.

Sumar, restar, multiplicar y dividir son operaciones que hago con gran cautela y mucha dificultad. cualquier dependiente de miscelánea me gana. En cambio no sé distinguir una planta dicotiledónea, y si lo supiera, no me serviría de nada. Recuerdo que a Tenochtitlán se entraba por cuatro calzadas, pero no recuerdo cuales eran, ni sabría decir donde estaban. ¿De qué me sirve saber cual es el tarso, cual el metatarso y cuales los dedos?.

En la escuela de Ingeniería me pase un año entero estudiando afanosamente geometría descriptiva, que es una materia a la que todavía no se ha encontrado aplicación práctica.

Pero no se me malinterprete, no quiero decir que los conocimientos no sirven de nada, lo que quiero decir es que la escuela es el lugar más inapropiado para adquirirlos.

Creo que las condiciones fundamentales del aprendizaje son la voluntad de aprender del sujeto y la posibilidad real de aplicar el conocimiento.

No puede uno sentarse todos los días seis horas, en una silla incómoda, solo porque en casa se arma un borlote si reprueba uno el año, para al cabo de quince años empezar a aprender lo que realmente hace falta. Es un derroche de tiempo y de dinero, que nadie tiene por que permitirse.

Pero creo que lo que pasa es que el sistema escolar es una confabulación diabólica, de la que los alumnos son las principales víctimas, y los contribuyentes las segundas.

Los padres de familia tienen necesidad urgente de deshacerse de sus hijos un número determinado de horas cada día, mientras éstos tienen edades que varían entre los cuatro y los quince años. Los maestros, por su parte, que tienen que ganarse la vida se ven obligados a hacer algo en esta enorme cantidad de horas.

Se hacen cosas tremendas.

Se explica, por ejemplo, el Quijote; de tal manera, que después de la explicación pocos son los valientes que se atreven a leerlo. Se da un curso de Historia Universal, en el que se conceden quince minutos y un párrafo, a la Guerra de los treinta años. Yo pasé por un curso de Literatura Española en la que no abríamos más libro que el texto, que eran los datos biográficos y bibliográficos de ciento cincuenta autores. La ficha que aprendíamos un día se nos olvidaba al otro.

Un tema tan apasionante como es la Historia de México en el período que va entre la consumación de la Independencia y el principio del Porfiriato, fue convertido en un soponcio que duró un año por un maestro, cuyo nombre no voy a mencionar pero que es figura política, que llegaba con un cuarto de hora de retraso, se sentaba, bostezaba y empezaba a hablar con el sonsonete que le era característico, y nos reclamaba:

¡Claro, comen como boas o como naúfragos y luego se están durmiendo¡

No sólo nos hizo pedazos la materia, sino parte de la vida.

Pero a los doce años de estudio no se puede soltar el arpa, hay que terminar la carrera. Por eso esta el mundo rebosante de profesionistas inútiles. Son los que creyeron que con ir a la escuela bastaba.

Deje una respuesta.

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Todos los Derechos Reservados ® CMS Consultores
Aviso de Privacidad