El impacto moral y social de quienes ayudan a los demás

Escrito por el Feb 25, 2012 en A las ONG´s/OSC´s, Documentos | 0 comentarios

WASHINGTON

Margarita Barrientos vive en la villa miseria Los Piletones. Tiene doce hijos y su marido perdió un brazo en un accidente. Ambos montaron un comedor popular que alimenta diariamente a 1600 niños. Su marido plantó huertas que aportan verde al comedor. Son voluntarios. ¿Ejemplos imponentes, pero aislados? No parece.

El voluntariado los que hacen cosas por los demás- genera en diversos países desarrollados más del cinco por ciento del producto bruto nacional en bienes y servicios sociales. En Europa occidental, su monto de operaciones entre ingresos y trabajos gratuitos superaba en 1995 los 500.000 millones de dólares anuales. En Estados Unidos, rondaba los 675.000 millones y en Japón era de 282.000 millones (según datos de la John Hopkins University). En Israel, uno de los líderes mundiales, abarca el ocho por ciento del producto bruto nacional.

Son millones de personas, que dedican significativas horas semanales a trabajar por la población pobre, los niños discapacitados, los ancianos desvalidos, las personas sin hogar, los enfermos carentes de protección, la preservación del medio ambiente y muchas otras causas morales.

En esos países es una actividad altamente valorada. Se la mira con gran respeto, y los presidentes y primeros ministros le rinden homenajes. Forma parte de la vida cotidiana. En Estados Unidos, cien empresas terminan de firmar un programa para apoyar la participación en tareas voluntarias comunitarias de sus tres millones de empleados.

El voluntariado no brota de la nada. En los países mencionados hay políticas públicas que lo promueven activamente, con desgravaciones fiscales, apoyo institucional, significativos subsidios y, sobre todo, con su cultivo en el sistema educacional.

El caso latinoamericano

En Israel, los niños de nueve años ayudan, como parte de su formación, a otros menores inmigrantes recién llegados o con minusvalías. El hermano mayor , experiencia israelí difundida internacionalmente y replicada con éxito por la Secretaría de Educación de la ciudad de Buenos Aires, promueve que estudiantes de primer año de la Universidad sean tutores de niños de áreas pobres, apoyando sus estudios y aconsejándolos. Son un nuevo hermano mayor en esos hogares carenciados, y el rendimiento educativo, según indican las evaluaciones, se eleva sorprendentemente.

Investigaciones hechas en Estados Unidos muestran que los voluntarios que hoy son mayores han sido activos en acciones de interés colectivo ya en sus colegios secundarios, estimulados por estas instituciones. Por otra parte, algunas de las organizaciones de voluntariado surgidas en países centrales se han convertido en líderes mundiales en instituciones como Greenpeace, Amnistía Internacional, Oxfam, Médicos sin Fronteras y otras, obteniendo varios premios Nobel de la Paz.

América latina tiene un enorme potencial en este campo, que podría aportar mucho para luchar contra sus graves problemas sociales. En un continente en el que a pesar de las enormes riquezas potenciales el sesenta por ciento de los niños está por debajo de la línea de la pobreza, hay más de un veinte por ciento de desempleo juvenil, el dieciocho por ciento de los partos se hace sin asistencia médica y la escolaridad es sólo de 5,2 años, el voluntariado podría resultar de gran ayuda. Las políticas públicas tienen la responsabilidad principal, en una democracia, de garantizar a los ciudadanos el acceso a la nutrición, salud, educación y trabajo, derechos básicos que les corresponden, pero la actividad voluntaria podría complementarlas, ampliarlas en extensión, ayudar a mejorar su transparencia y efectividad. Es capital social en acción.

Sin embargo, son muy débiles los apoyos institucionales y los incentivos para este invalorable capital. A pesar de ello, las organizaciones de la sociedad civil generan más del 2,5 por ciento del producto bruto en la Argentina, Perú y otros países. Muchas de esas organizaciones han ganado el reconocimiento y los más altos niveles de confianza de la sociedad en la Argentina.

Entre otras, Caritas, la AMIA y la Red Solidaria. En Brasil, Comunidade Solidaria; en la región andina, Fe y Alegría; en Chile, el Hogar de Cristo; en América Central, Casa Alianza, y muchas otras. Entre múltiples referencias recientes, entidades como éstas ilustran el enorme potencial de América latina, el gran eco colectivo de voluntariado que ha tenido el programa Hambre Cero en Brasil y la multitudinaria respuesta (más de 5000 participantes y 900 organizaciones de 34 países) al encuentro continental sobre el voluntariado, convocado en Santiago por el gobierno de Chile y por la Iniciativa Interamericana de Capital Social, Etica y Desarrollo del BID, en mayo último.

No es de extrañar este potencial. La actividad voluntaria, que contradice la fría imagen del ser humano como homus economicus de los textos de economía convencionales, no está movida por la búsqueda de beneficios económicos ni de poder. Es producto de valores éticos, de la conciencia.

Bueno para la salud

En una encuesta en Perú sobre por qué se practica el voluntariado, las dos respuestas mayoritarias de los voluntarios fueron «el deseo de ayudar a otros» y «sentirse realizado como persona» (Universidad del Pacífico). Las bases culturales latinoamericanas son ricas en estos ideales éticos. En la civilización judeocristiana y en las culturas indígenas que forman parte central de la matriz cultural de la región, el mandato de ayudar a otros es terminante. El texto bíblico transmite el mensaje de que es simplemente la manera correcta de vivir. Enfatiza, asimismo, que en realidad quien ayuda al otro se está ayudando a sí mismo. La investigación moderna lo está corroborando. En un reciente artículo, Luis Rojas Marcos, director del sistema sanitario y de hospitales públicos de Nueva York, muestra que los voluntarios tienen menos ansiedad, duermen mejor, tienen menos estrés y mejor salud en general. Concluye así: «El voluntariado es bueno para la salud».

Además de su aporte concreto, la actividad voluntaria tiene en medios como el argentino y el latinoamericano otro valor especial. Frente al frecuente individualismo y a la indiferencia frente al drama de la pobreza, envía el mensaje de que somos responsables el uno del otro, el mismo que plantearon Moisés y Jesús. Por otra parte, ante el sufrimiento de niños, mujeres, ancianos y familias por privaciones inadmisibles, dice que no hay postergación posible, que hay que actuar ya, como lo hizo Margarita Barrientos. Es hora de valorizar, apoyar por todas las vías y poner en marcha este capital ético, que puede ser un pilar para la reconstrucción de la Argentina y de todo el subcontinente.
El autor dirige la Iniciativa Interamericana de Capital Social, Etica y Desarrollo del BID. Su última obra es Hacia una economía con rostro humano (Fondo de Cultura Económica, sexta edición, 2003).

Artículo Publicado en el Diario La Nación el 27 de junio de 2003, www.lanacion.com.ar

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