La Solidaridad y la Economía de Mercado

Escrito por el Feb 24, 2012 en A las ONG´s/OSC´s, Artículos | 0 comentarios

Solidaridad

La solidaridad es una de las premisas básicas de la convivencia humana. Si los seres humanos no responden por sus congéneres, si no se ayudan mutuamente y si no asumen la “responsabilidad” por sí mismos y por los demás, una sociedad libre no podrá funcionar.

La solidaridad ocupa un lugar importante tanto en las acciones individuales, como en las conjuntas, en la familia y en las asociaciones voluntarias.

El concepto de solidaridad goza de alta estima y con justificada razón. Precisamente por ello sufrió una sobre valoración y hasta se ha llegado a abusar de él.

Se denominan como solidarias a instituciones y mecanismos estatales, con lo que se les quiere otorgar una revalorización moral. Por el contrario, el mercado y la competencia son menospreciados como no-solidarios y socialmente “fríos”.

La Solidaridad y la Economía de Mercado

La Economía de Mercado sienta las bases materiales para que las personas puedan actuar de forma solidaria. El bienestar, que sólo con ella es posible, le abre a cada individuo numerosas posibilidades. Cada vez se requiere de menos tiempo para asegurar la subsistencia, disponiendo de recursos materiales crecientes. Sobre todo, son cada vez más las personas que están en condiciones de asegurar su subsistencia por sus propias fuerzas.

“La Economía Social de Mercado entiende a la solidaridad en dos vertientes: por una parte, solidaridad significa ayuda para los necesitados, aliviandoles así la carga que individualmente es insoportable para ellos. Por otro lado, se trata de asumir la responsabilidad por uno mismo y también por los demás.” Otto Schlecht

Al mismo tiempo, una Economía de Mercado que funciona, provee los mecanismos mediante los cuales se puede proporcionar tanto el aseguramiento contra riesgos, al igual que la ayuda para enfrentar en forma efectiva problemas de la más variada índole.

El compromiso personal, ya sea de nivel privado o de instituciones voluntarias, es capaz de resolver la gran mayoría de los problemas y al mismo tiempo, reforzar la cohesión social.

La Solidaridad Forzada

Entre las instituciones que justificadamente son remitidas a ejercer la solidaridad, se cuentan las de seguros del retiro, de enfermedad y desempleo.

En estos sistemas, tanto los asegurados que dependen de ellos, como los empleadores o patrones, deben hacer contribuciones, sin importar si lo desean o no.

Desde la perspectiva liberal, esta “solidaridad forzosa” sólo está justificada en muy pocos casos. Se trata de asegurar un mínimo existencial siempre y cuando los recursos propios de los individuos sean insuficientes. Por lo demás, el Estado debería obligar a las personas a tener solamente una previsión mínima contra los riesgos mayores de la vida, cubriendo el Estado una parte o hasta la totalidad de los costos cuando esto sea necesario.

La Voluntariedad

Sólo la solidaridad voluntaria goza de una calidad moral y solamente los actos voluntarios son imputables al individuo.

Sólo si la persona puede sopesar una cierta conducta determinada, y en su análisis considerar o no ciertos criterios morales, se podrá juzgar si actuó con moralidad, es decir, bien o mal. Para eso, los individuos se someten a un sinfín de parámetros externos.

Hay convenciones sociales, y hay, a veces , diferentes expectativas que tienen las
personas, que no requieren que cierto tipo de actos necesariamente sea moral de antemano. Obviamente hay casos que están por encima de cualquier duda, como el brindar ayuda inmediata en un caso de urgencia. Es obvio cuál sería la conducta solidaria y sin duda moralmente buena. Pero las cosas son más difíciles, cuando las personas deben decidir cómo utilizar su tiempo y sus recursos materiales propios.

“La belleza moral de las acciones requiere, como condición primordial, que exista una voluntad libre, y esta libertad se acaba en cuanto se quiere obligar a la virtud moral con multas penales”. Friedrich Schiller

Las Condiciones de una Auténtica Solidaridad

Sólo las personas que viven en libertad pueden ejercer la verdadera solidaridad, tomando decisiones en función de sus propias convicciones y valores, ayudando a otros y brindando su apoyo a diversas instituciones. Su margen de acción puede ser muy variado, depende tanto de sus propias capacidades, como de su situación económica; sin embargo, casi cualquier persona puede hacer algo por los demás.

Pero los obstáculos que se les contraponen, provienen de afuera, particularmente de la coerción del Estado.

Cuando se obliga a las personas a entregar, de diversas maneras al Estado, una parte de sus ingresos, ya no podrán disponer de éstos para otros fines que ellos decidan, ni tampoco para causas de interés común.

Con esto queda claro, que una muy amplia disponibilidad sobre la propiedad es una condición esencial para una conducta de solidaridad y para una sociedad solidaria. Las instituciones estatales, especialmente aquellas que actúan en el ámbito de la política social, proclaman a su favor, que son solidarias en sus acciones, a la vez que fomentan la actitud de solidaridad de los ciudadanos; lo cual resulta problemático en diversos sentidos.

Se limita a los ciudadanos en sus posibilidades de actuar de forma responsable, al privárseles de los recursos materiales necesarios para ello.

Lo que se paga por concepto de impuestos o aportaciones sociales, ya no estará disponible para cubrir necesidades futuras propias, ni para ayudar a los demás.

Las perspectivas de alcanzar metas comunes en asociaciones o fundaciones, se ven restringidas por complicadas reglamentaciones.

El sistema del Estado social omnipresente, termina socavando también la motivación para una auténtica solidaridad.

Cuando el Estado es quien ayuda a los demás, muchos ya no tendrán suficientes razones para comprometerse personalmente.

La responsabilidad parece haber quedado saldada con los impuestos y contribuciones sociales pagadas.

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